Tributo a las madres

Una madre es un santo y bendito ser en su propio mundo. Como la Kaba es el espíritu, el sentido y la esencia de toda la realidad universal y así mismo La Meca lo es para todos los lugares, y la mente a su vez del cuerpo entero; del mismo modo, la madre es el espíritu, el pilar y la esencia de la unidad más pequeña de una sociedad, es decir, la familia; y también el material más importante del Poder Creativo. En una casa, todo gira y se centra alrededor suyo, pasando a formar parte de ella. En cuanto a la madre, ella siempre gira alrededor de su propio eje, como la Estrella Polar y sigue una órbita que se extiende más allá del firmamento.

Las madres son seres que están orientados hacia el Más Allá en este mundo. La recompensa que obtienen por su papel y empleo en la creación, el desequilibrio entre las penas y los problemas que soportan, y cómo son respondidas a cambio es la prueba más clara de esta rea-lidad. No hay ninguna necesidad de una investigación complicada para entenderlo; creo que sería suficiente un vistazo ocasional en lo que siembran y lo que cosechan a lo largo de su vida entera, qué cosas aguantan y que obtienen al final.

Sus caras son tan de ensueño como las juríes en el Paraíso, sus miradas son tan profundas como las de los ángeles, y sus sentimientos son tan puros como los de algún ser espiritual. Como las rosas de una tierra bendita cuya agua, tierra y aire han sido traídas de los reinos del Más Allá, son tan envidiables, tan encantadores y tan encantadoras que, si las miras con cuidado, llegarás a una conclusión de que hay algo mágico en ellas que supera su ser material, el mundo y su contenido, incluso sobrepasa a ellas mismas.

Por medio de las almas perspicaces que son sensibles y pensativas, en el mundo de las madres que siempre es sensible, conmovedor y que desborda por cariño, encontramos las reflexiones de los sueños más dulces alimentados por los pensamientos divinos y de este modo alcanzan una melodía de placer que superan la imaginación humana. En su atmósfera casi constantemente sentimos brisas que llevan tranquilidad; esto es diferente en las noches y durante el día. Así podemos sentir la piedad, el afecto, y la poesía del cielo que fluye en nuestros corazones, y de esta manera, sentimos como si nuestros horizontes hubieran sido completamente flanqueados por los ángeles y los seres espirituales. Quién sabe cuantas veces vemos en el corazón de la noche un espíritu, significando aquello que compone la esencia de la creación reflejada en sus caras radiantes, encantadoras; esto desciende al mundo, trasciende todos los tiempos y los lugares, y somos capaces de sentir una inmensa piedad que está arraigada en la infinidad; esto se refleja sobre nosotros a través de sus sonrisas y sus penas. Muchas veces deseamos arrojarnos a sus brazos; puede haber un motivo oscuro, vago, incluso atrayente. Quién sabe cuantas veces hemos sido afligidos y decepcionados, sintiéndonos tristes y solos, y después nos permitimos descansar sobre su pecho casi mágico, que nos inspira esperanza y un sentimiento de seguridad. Esto es un lugar más cálido, más vivo y más acogedor que un nido que nos lleva de un estado de complacencia a otro, nos relajamos con la tranquilidad de este estado y volamos hacia los placeres con sus susurros misteriosos.

Cada vez que nos acogen en su pecho y nos abrazan se convierten en una heroína de la fe que no espera nada a cambio; y se abaten en un estado casi mágico. Entonces nos enderezamos mirando a nuestro alrededor en seguridad y confianza, sintiendo que podemos superarlo todo. Incluso sentimos que podemos desafiar a todo el mundo cuando lo abrazamos con fuerza.

Una madre es tan profunda como los cielos, y es un mundo misterioso de emociones donde los pensamientos y los sentimientos son tan numerosos como las estrellas en el cielo, hirviéndose y desbordándose como ríos de lava o riachuelos subterráneos que fluyen por todas las direcciones. Ella está conforme con su destino, sea amargo o dulce, vive en paz tanto con las alegrías como las penas, sin esperar nada a cambio y no siente ningún resentimiento contra su bebé. Ella es tal modelo de afecto y fe, cuya naturaleza ha sido cristalizada por las moralidades divinas, que ni los problemas con los que se enfrenta, que le llegan hasta la garganta —como la inundación del sudor en el Día del Juicio Final—, ni la deslealtad de sus hijos, que cubre su alma como la sopladura del viento nórdico, haciéndola vivir la amargura de la separación, no la hacen que se rinda o abandone su propósito.

Se cuenta una historia sobre una madre: «Su hijo sanguinario la apuñala asestándole varios golpes de puñal y cuando este se corta ligeramente su propio dedo él involuntariamente grita diciendo "¡Mamá!" y ella lo abraza gritando "¡Hijo mío!"». Desde mi infancia, siempre que recuerdo esta historia, no puedo dejar de temblarme y trato de sentir la inmensidad del afecto de una madre a través de esta pequeña gota. Aquellas madres que creen en la eternidad y en la vida del Más Allá poseen un aspecto espiritual y desapegado del mundo, además de sus aspectos físicos y materiales. Dentro del mundo establecido de los reinos materiales y espirituales, en el mundo del cuerpo y el alma, sus corazones tienen un vínculo incomprensiblemente fuerte con sus hijos que hasta las relaciones que se consideran muy fuertes y fundamentales por la gente mundana quedaronse como una pálida sombra en comparación. Sin embargo, no sería fácil explicarles esto a aquellos que nunca han sentido ninguna fe o placer de la eternidad en la creencia.

Sí, realmente debe ser muy difícil describir cómo su sinceridad se mantiene tan profunda, cómo su devoción sigue sin parar, cómo sus corazones están entusiasmados con el amor, cómo sus miradas fluyen en nosotros, prometiéndonos atención y confianza, y cómo se desbordan con tales sentimientos eternos y desapegados del mundo, aunque crezcan en una tierra de la mortalidad y la transitoriedad.

Pensad en ello, qué proceso tan largo de preparación experimentan para nosotros, con cuántos dificultades insuperables se enfrentan y qué cosas vencen. Contra qué desafíos luchan con y con qué sueños y cansancios viven. De qué tipo de sueños están llenos sus corazones, y cuántas desesperaciones y desilusiones sufren. Contra qué privaciones y cargas se mantienen firme y por cuántas duras pruebas pasan. Cuántos dolores tienen y cómo gimen. Cuántas veces lloran, gritan y cuántas veces consuelan nuestros gritos. Cuántas veces se desbordan con compasión y cuántas veces sienten realmente la necesidad de compasión. En definitiva, qué cosas más valiosas sacrifican por nosotros y cuántos esfuerzos hacen, no esperando nada a cambio.

Si hay una persona que nos abraza, nos besa y cuida de nosotros, que alivia nuestros sentimientos de tristeza y depresión, que comparte nuestras preocupaciones, que prefiere hacernos comer y vestir bien en vez de hacerlo ella misma, que siente hambre cuando tenemos hambre o se satisface cuando nosotros comemos, que aguanta privaciones inimaginables con un esfuerzo sobrehumano por nuestra felicidad y alegría, que nos muestra el camino para que se desarrolle nuestro cuerpo, para que se haga más fuerte nuestra voluntad, para que nuestra inteligencia sea más aguda y perspicaz, para que nuestros horizontes sean dirigidos hacia el Más Allá, una persona que hace todo esto sin esperar nada a cambio —sea abiertamente o en secreto—, esa persona no puede ser nadie más que nuestra madre.

Pasamos una parte significativa de nuestras vidas en su seno y en su atmósfera, que es un lugar más hermoso que las plumas de los pavos reales, más encantador que el mundo mágico de las flores, más cálido y más vivo que las colmenas, más protector y seguro que el mejor de los nidos. Es verdad que vemos, reconocemos, y aprendemos la alegría y el entusiasmo de ser protegidos y cuidados; aprendemos su práctica y responsabilidad, su sistema y método. Y siempre cuando nuestras necesidades y debilidades nos venzan, junto con nuestra debilidad, nuestros defectos, y el resto de aspectos que marchan mal en la vida, tomamos refugio en nuestra madre, y tratamos de vencer todos los obstáculos con los que nos encontramos con su ayuda. Cuando tomamos refugio en ella, nos abraza con todo el calor de su corazón, siempre respirando seguridad y confianza en nuestros corazones en tiempos de angustia. En tales casos, creo que casi todos hemos sentido como si escucháramos un poema silencioso, un torrente de emociones, una brisa de afecto que sale de sus ojos, su sonrisa y sus gestos.

En aquellas noches y días emotivos y soñadores que pasamos con ellas estamos casi continuamente en un sueño de felicidad. En el brillante día, escuchamos las melodías más dulces de la vida en su pecho, como el canto de un ruiseñor, y decimos que «esto debe ser la verdadera felicidad», y nos desvanecemos dependiendo del nivel de nuestra comprensión.

La madre es el elemento más importante del acontecimiento de la Creación, el pilar más fértil del mundo de la humanidad, y la luz de nuestros ojos. Todos nosotros nos inclinamos ante ella, con un insoportable sentimiento de deuda y la más pesada de las responsabilidades. Estamos inclinados y nuestro honor yace en nuestra joroba tal y como los cielos.

Las Fuentes Celestiales, donde se posan los ángeles como palomas blancas, le proporcionan agua al acero elogioso de la madre. ¿Si esto no fuera verdad, podría la luz de su alma deslumbrar nuestros ojos así? No sólo su luz, sino también su sombra quema a las polillas que atrae —en mi propio mundo, todavía no puedo reponerme del choque de las emociones pro-fundas inspiradas por aquella calidad sublime— y su luz —que ahora la siento mejor que nunca— es una misteriosa fuente de luz, que ilumina nuestros corazones en la oscuridad.

Una madre es una heroína de amor que mantiene la delicadeza y el valor en el fondo de su alma cuando se considera en términos de su afecto, benevolencia y gracia; es tan suave como una pluma, fina y lisa como la seda, pero al mismo tiempo es resistente y feroz como una leona cuando se trata de la protección y de los cuidados de sus hijos.

Todo lo que existe bajo el firmamento, su mano se encuentra por encima de todo esto, y el camino hacia el Paraíso trascurre por debajo de sus pies. Dios le ha concedido tal sublimidad y realeza que los reinos terrenales no son nada más que meras coronas sin estatus en comparación con ella. Además, no se puede decir que tienen algún valor durable las coronas que no encontraron un lugar bajo los pies de sus madres.

¡Oh sublime y precioso ser!, que es tan fino como los espíritus, tan inocente como los ángeles, y tan profundo como los cielos; el reino del Más Allá te da un valor superior que todos los valores, y aguanta tus caprichos. La melodía de tu fama se escucha donde los ángeles permanecen, la canción de tu vida resuena en las laderas del Cielo. Tú siempre has vivido con la lámina de emociones atravesando tu corazón, llevando puesta la joya de la religión como un collar. Todos nosotros somos tus esclavos, y tú eres una sultana sin corona que nos captura con su red de cariño, fe y sinceridad. Si todo tiene un espíritu peculiar, una esencia de vida en este mundo de la existencia, entonces tú debes ser nuestra esencia de vida.

¡Qué Dios te ilumine con Su luz en la mañana de la Resurrección! ¡Qué tu futuro sea tan alegre como los viernes sagrados del Paraíso, y qué tu reencuentro sea bendecido!

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