De la Belleza al Amor Divino

El universo es como un libro majestuoso adornado con significados bordados página tras página, línea tras línea y palabra tras palabra. Es una sala de exposiciones del arte divino; es un palacio. Todas las cosas y todos los sucesos, de cualquier tipo que sean, con su armonía encantadora, su orden fascinante, su deslumbrante belleza y su disposición y su riqueza, más perfectas que los jardines mejor cuidados, nos hacen decir: «No puede haber nada más hermoso». Todo esto constituye una inmensa y variopinta fuente a la que las almas sensibles pueden acudir y beneficiarse. Para estas almas, el universo se convierte en un poema compuesto con las sensaciones más grandiosas. Las historias sobre él son inagotables, jamás se cansan aquellos que lo observan. Dicho con palabras verídicas:

Di: «Si todos los mares fueran tinta para escribir las palabras de mi Señor (los actos, decretos y manifestaciones de todos Sus Nombres y Atributos), los mares se agotarían antes de que las palabras de mi Señor se agotasen, incluso si trajésemos otro tanto además de ello». (Kahf, 18: 109)

Cada vez que volvemos la mirada desde el macrocosmos a nuestro ser interno, o desde la escala de los valores humanos a las constelaciones, los significados fluyen hacia nuestros corazones por diferentes canales de sensaciones y rasgan sus cuerdas como la púa del músico que, con cada toque, hace que nuestros espíritus escuchen hermosas melodías que proceden del amor a la Verdad. Y hace que nuestros sentidos alcen el vuelo, sedientos de conocimiento, movidos por el anhelo de explorar. Y sentimos a menudo en nuestra consciencia que la fe se transforma en conocimiento de Dios. Y luego, cuando sentimos elevarse este conocimiento hacia los horizontes del amor consagrado y del fervor jubiloso, las consideraciones físicas pasan a ser completamente dependientes de las metafísicas. La persona siente entonces de manera profunda que se está transformando en algo de otro mundo, que está llegando a las profundidades de su potencialidad, y que muchas de las cosas que estaban ocultas son ahora más obvias que las más evidentes. Y es entonces cuando define su lugar y posición en la existencia, al afirmar, como Niyazi Misri: «No hay nada más evidente que Dios, la Verdad Definitiva; Él permanece oculto sólo ante los que no tienen ojos». Y proclaman en voz alta las bendiciones que han recibido de la Divina Providencia.

Las almas que tanto ansían la verdad y por tanto anhelan la realidad, activan todas sus emociones para tratar de sentir las inmensas bendiciones del Único, del Dador de la misericordia infinita, de una manera lúcida y más amplia. Sienten y reconocen Su Esencia en los rayos luminosos de Sus Nombres y ven, en sus propias dimensiones internas y de forma más clara y más vibrante, los artísticos diseños de Sus trabajos de encaje. Permanecen constantemente en el recuerdo de Él, en una relación amo-esclavo que goza de la guía generosa de los favores divinos con los que son bendecidos en cada instante de forma involuntaria. Además de recordar a Dios constantemente, intentan expresarse con la consciencia del que ha obtenido un valor supremo gracias a Sus inmensas bendiciones y a pesar de su propia insignificancia. Partiendo de su pequeñez, proclaman su estatus honorable y su relativa grandeza, como resultado de su apego a Dios. Utilizan su impotencia y su necesidad como la llave para obtener lo que de otro modo sería un tesoro inalcanzable, y para discernir y comprobar que hay otros que también son conscientes de este potencial. Dicho de forma simple: se convierten en buzos experimentados de sus propias profundidades. Más adelante, y en proporción directa a su crecimiento y progreso interior, tratan de transmitir a los demás cada significado que llegan a entender y cada verdad que ahora comprenden. Declaran su fe como acto de servidumbre a Dios. Alimentan su conocimiento de lo Divino con la búsqueda y la reflexión. Transforman el interés y la curiosidad que se agitan en su interior en un anhelo cada vez más profundo. Todas sus observaciones y reflexiones están impregnadas de asombro y de reconocimiento, que refinan sin cesar con una gratitud sincera, y transforman su mundo de emociones y reflexiones en una cascada de amor por lo Divino. Pasan el tiempo pensando en Dios, caminan soñando encontrarse con Él. Y Lo buscan. Permanecen al acecho de ocasiones en las que volverse a Él y encontrarlo. Consideran cada signo como una invitación para implorarle. Orientan su vida de forma que puedan estar en Su presencia, y cada vez que quieren abrir la boca y decir algo, hablan sólo de Él. Y además de hablar sobre Él, conversan con Él casi de continuo. Se puede incluso decir que en ocasiones se convierten por entero en sentimiento, consciencia y comprensión, ¡y el rostro sonriente de cada objeto ofrece a sus sentidos fastos tan hermosos que desbordan la imaginación humana! Lo cierto es que los seres humanos —creados por el amor de Dios a Su Esencia (muhabbat az-zati)— se comportan así siguiendo el propósito de Su creación. Es decir, cuando el amor de Dios por Su Esencia y Sus Atributos se manifiesta en los seres humanos como amor a Dios, es cuando éstos cumplen con el propósito de su creación. Entonces todo encaja en su lugar.

El amor es una identidad interna, peculiar de los seres humanos entre las criaturas. Provistos de esta identidad, caminan confiadamente hacia su origen y referente sin quedar atrapados en la multiplicidad que los rodea. Gracias al resplandor de la luz del amor en lo más profundo de su interior, siguen acechando su objetivo sin apartar la mirada y sin que les distraigan otras consideraciones. Podría decirse que están siempre pendientes de su objetivo. Y no les hacen dudar o resbalar la impenetrabilidad de los significados ni la enormidad de las distancias. A pesar de que el camino del amor es duro y está lleno de sufrimientos, cuando se ha iniciado, estos se convierten en deleites sucesivos, la misericordia vence a la dificultad y el veneno se transforma en miel. Y si el ojo del corazón se abre por completo, en cada objeto que ven, observan e introducen en sus corazones, comienzan a ver trazas, señales, mensajes y luces de diferentes frecuencias que proceden de las manifestaciones divinas. Es entonces cuando las luces más cercanas se desvanecen ante su mirada, los soles se hacen invisibles, las lunas se eclipsan y las estrellas se dispersan y se hunden en la oscuridad, como las cuentas de un rosario al que se le ha roto la cuerda. Tal y como dice el versículo coránico: «Todo lo que se halla en la Tierra es perecedero. Pero permanece para siempre la «Faz» de tu Señor, Aquel de Majestad y Munificencia» (Rahman, 55: 26-27). Más allá de las leyes físicas, el Dios Único llena los horizontes de sus corazones. Semejante corazón, a pesar de ser un diminuto órgano envuelto por el cuerpo, se expande hasta llegar a contener por completo a su envoltorio. Y podemos incluso decir que alcanza la capacidad de todos los universos. Este tipo de personas sienten continuamente a Dios en todo lo que hay. Las intrusiones causadas por su materialidad —comparables a los eclipses luna-res— les resultan tan horribles como la misma muerte, y buscan diferentes caminos que les permitan mantenerse conscientes.

Aquel que ama realmente a Dios siente a menudo, tan profunda-mente, el punto en el que se encuentran el amor y la reunión, que el mundo físico desaparece ante sus ojos. Percibe la totalidad de la existencia como antorchas encendidas a lo largo del camino que se extiende ante ellos, señalando más allá de los horizontes, en llamas. Y otras veces, cuando su anhelo por la unión domina su esperanza —como si tuviese en su interior una brasa al rojo vivo— arde como un horno y dice:

Aunque abrase como un horno, no expreso ninguna pesadumbre,
Siempre y cuando no haya otro fuego que arda en mi corazón.
M. Lutfi de Alvar[1]

y sigue su camino con una mezcla de esperanza y entusiasmo.

A decir verdad, el amor es el amor. No es simple fuego, ni tampoco luz. El fuego y la luz son melodías surgidas de las cuerdas tocadas por su púa; son gritos, vítores, delirios. El amor es una perla tan incomparable que sólo conocen su verdadero valor los joyeros más expertos, quienes han pujado por perlas al menos cincuenta veces:

Sólo el experto en joyas aprecia lo que realmente vale una.
M. Lutfi de Alvar

Lo cierto es que quien no ha amado de verdad no puede saber lo que es el amor; y los que sí lo saben, no lo dicen o no pueden decirlo. Pero incluso si llegaran a hablar de ello, los que no están enamorados no podrían entenderlos.

En el marco establecido para los amantes por la Providencia, todo lo que pueden sentir son los latidos excitados de su anhelo y de su amor por el Amado. Todos los matices de este atlas son una muestra del beneplácito del Amado, cada línea y cada punto es un símbolo de la infinitud y cada motivo es una llamada al encuentro. Cada vez que los amantes se miran con fijeza en el transcurso de sus vidas, dicen: «Oh Dios, no sé cómo expresarte mi gratitud por haber creado mi corazón y haber traído el amor a la existencia. Por mucho que recorra el camino durante años, como hizo Maynun, y esté a la espera de Tus manifestaciones, la distancia que me separa de Ti es una muestra de mis limitaciones. Si pudiese sentir esta distancia en lo más profundo de mi ser y deambular por los valles delirando todo el tiempo por la reunión…». Y ante cada objeto, animado o no, dicen: «Esto es también una sombra de Su luz», y quieren olerlos todos y abrazarlos. Y se esfuerzan para sentirle con todos los sentidos, con cada facultad de su ser, de forma separada pero partiendo de una sola fuente. Y lo cierto es que este tipo de conducta es la única manera de cumplir con lo que exige el amor más puro.

El amante que quiere ver la belleza del amado en tantos rostros,
debería romperse en fragmentos, como un espejo roto.
(Anónimo)

Para cumplir con las exigencias de este amor letal, el amante no cesa de buscar a Dios en las laderas del corazón. Va en pos de cada sonido, cada matiz o cada visión que considera que Le pertenece. A veces saltando, a veces reptando y a veces incluso volando. Al sentir en cada estación como Él le da la bienvenida, pone sus ojos bajo las órdenes del corazón y sigue escudriñando, tal y como hacen los maynun. Y a pesar de la crueldad de las distancias, a través de los pensamientos más transcendentes logra orientar sus emociones internas y externas hacia el hecho de estar en el camino y corre hacia la reunión en el reino del alma. Al experimentar el amor y la reunión de forma simultánea, toma cada estación como un compartimento de reunión particular. Tiembla como una hoja, al temer que esta reunión acabe un día, y dice: «No quiero que terminen el amor, ni la esperanza, ni el deseo de la reunión. Si cierto día la reunión prometida me los arrebata, por favor, no permitas que eso suceda».

Lo que quiere el amante es estar enamorado, estar en el camino, vivir con los signos y las señales de la reunión y que este aluvión de emociones dure para siempre. Sí, arde con el amor a lo Divino, se inflama con cada indicio del encuentro y, al tiempo que se inflama, satisfecho con esta condición, afirma: «La recompensa es el propio amor».

¡Esto es el amor verdadero!
Fijaos en este pobre mendigo,
Un esclavo sometido a una sola hebra de los rizos de la amada.
En la miel del amor meto mi dedo,
Una y otra vez ¡dadme un poco de agua!
Ghedai

Un amor que no alcance esta medida, no podrá ser calificado como tal en el sentido sufí; no será más que habladurías sobre el amor, carentes de valor. Al amor no se lo busca donde se habla del amor, sino donde se alternan las llamas y las brasas. Pues el amor es una brasa que quema en secreto y por dentro a quien la lleva, o es una condición tan insoportable que cuando afecta al corazón de alguien éste siente sus llamas por doquier. La mecha de esta llama está protegida por su propio secreto. El amor indiscreto y convertido en tema de conversación o en cuestión filosófica, ya no es amor; no es más que un retrato sin vida del amor. Los susurros de amor que aparecen en algunas creaciones y se convierten en sus esclavos, no son más que un reflejo del verdadero amor, y lo que narran los libros no son más que definiciones groseras. Los que saben mantenerlo oculto en la morada del corazón, dicen:

Si dices estar enamorado, no te quejes del sufrimiento,
No gimas ni permitas que los demás oigan tus gemidos.
(Anónimo)

Intentan mantener en secreto esa tormenta que vive en su interior, incluso para sí mismos. Sí, el amor es como un fuego desmedido en el corazón de alguien, un fuego que quema todas sus posesiones. No puede calificarse de celestial o terrenal. Si un amor celestial es para el Paraíso, el amante lo considera como una infidelidad al Amado, puesto que al amor mundano —o metafórico, como se le llama en el sufismo— no tiene nada que ver con el verdadero amor. El amor metafórico asienta su trono en lo físico, y los artificios cautivan las miradas. Se lo considera un engaño en el camino del amor, pues no corresponde al equilibrio entre la demanda y su verdadero valor.

El amor verdadero es una luz celestial o una brasa que se enciende con la antorcha de la infinitud. Transciende la tierra y el cielo, oriente y occidente, y está más allá del tiempo y del espacio. Su manifestación es resplandeciente y en su interior hay vestigios de paz que hacen que el perfume del amor sea como un incienso que lo impregna todo. Sí, los corazones que arden con el fuego del amor humean como un incensario que hace que el perfume del Amado impregne el mundo interior del amante. Y, por supuesto, también el de los amigos íntimos que comprenden el secreto. Esta gente dice en ocasiones:

Oh amigo, has puesto una brasa encendida en el barco de mi corazón
Y luego gritas: «Mira, hay un fuego en el mar».
Suzi

E intentan respirar ese clamor interno; y en ocasiones expresan su sufrimiento tocando las cuerdas de su corazón:

Posadero, estoy ardiendo con el fuego del amor, ¡dame un poco de agua!
Meto el dedo una y otra vez en la miel del amor, ¡dame un poco de agua!

Y gimen ante las llamadas a la reunión, pero nunca cesan de entregar sus vidas al amor. Para los ojos del amante, es trivial todo lo que no sea amor, y los lamentos por otra causa que el amor son un mero ruido sin sentido.

El amor da testimonio de un existir sin límites dentro del espacio, es intemporal dentro del tiempo. Es una cadena de fuego que ha descendido al corazón de la persona desde más allá de los cielos, y los que están atados con esta cadena son esclavos voluntarios del amor. Y si arden, lo hacen atados con esa cadena. Y cuando van a morir, sueñan con hacerlo atrapados por el amor. Creen que la vida sin amor no es vida y para ellos los días sin amor son como las hojas del otoño que van a la deriva llevadas por los vientos de los caprichos. Lo cierto es que el amante está tan fusionado con el espíritu que llega un día en que las primaveras claudican ante el otoño, los colores se oscurecen y se entonan lamentos por los muertos. La juventud se doblega y se sienta en los bancos de los ancianos. Todas las bellezas se marchitan, como los viejos frescos pintados en el muro, y se convierten en los marcos del recuerdo. Pero ese espíritu da nueva vida a las demás almas. Hace que el otoño arda en llamas con los colores del fuego, se convierte en el elixir de la juventud en contra de la senilidad y es una nueva vida para los espíritus que estaban decayendo.

El verdadero amor encuentra su profundidad en la inmensidad de la fidelidad. Si comparamos el amor que todavía no ha alcanzado los horizontes de la fidelidad con el escaparate de una tienda lleno de todo tipo de tesoros, el amor que sí ha madurado con fidelidad puede ser comparado al valioso contenido de una tienda cuyo escaparate se mantiene cerrado a pesar de las infinitas riquezas que hay en su interior. Sí, el amor que no ha profundizado con la fidelidad, es como un mar encrespado por las olas agitadas. El amor que ha encontrado su verdadera profundidad gracias a la fidelidad, es como un océano en el que los sonidos y colores se funden y se desvanecen. En las profundidades de este océano no podrán encontrarse ni olas ni colores, ni tampoco se oirá el ruido de la agitación. Este tipo de personas permanecen en silencio, como corresponde a su profundidad. Y son transparentes —con una claridad que incluye todos los colores en su interior— como corresponde a su riqueza. Y eluden la pompa y la ostentación, como corresponde a su magnificencia.

Este es el preciso momento en el cual la belleza se convierte en amor perfecto y llega a ser parte del carácter de la persona, de su naturaleza y su sentido de la responsabilidad. En este punto, la armonía integrada, los significados unificados y las bellezas constituidas en el interior de la existencia se destilan a través de los filtros delicados de los sentimientos, y la consciencia y la comprensión se combinan con los reconocimientos fiables en el corazón, se convierten en terreno para el amor a Dios, el anhelo por Él y el deseo de ser atraído hacia Él (ashq, ishtiyaq, yazba, inyizab). Y también, y gracias a estas poderosas relaciones, el amante consagra por completo su ser a lo Divino y se pone bajo Su mandato. Rumi expresa este sentimiento del siguiente modo:

Me he convertido en un esclavo, un esclavo, un esclavo, un esclavo…
Los esclavos se alegran cuando son liberados, Pero yo estoy feliz y contento porque me he convertido en Tu esclavo.

Los que no adornan su fe con el conocimiento de Dios no pueden evitar sufrir el desánimo espiritual. Los que no alimentan su conocimiento de Dios con el amor por Él acaban atrapados en las formalidades. Y los que no pueden asociar su amor por Dios con la servidumbre en el camino hacia el Amado, no puede considerarse que hayan expresado su fidelidad. Vamos a finalizar con las palabras de la santa sufí Rabia al-Adawiya, la gran mujer que representa la cúspide de la adoración y el amor a lo Divino:

Hablas de amar a Dios mientras Lo desobedeces;
Juro por mi vida que eso es algo sorprendente.
Si tu amor fuese sincero, Le obedecerías,
Pues el amante obedece a aquel que ama.

[1] Un célebre erudito y poeta sufí del siglo veinte de Turquía oriental.
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